De la victoria de Fuerza Patria al ‘Efecto Dan’: claves y escenarios tras las legislativas bonaerenses

El resultado de las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires constituye el dato político más relevante del año en el escenario nacional. La magnitud del distrito y su peso decisivo en cualquier armado presidencial hacen que lo ocurrido el último domingo exceda lo local para convertirse en un verdadero termómetro del humor social argentino. La provincia de Buenos Aires concentra cerca del 37% del padrón nacional, de modo que lo que allí sucede inevitablemente repercute en la configuración de fuerzas políticas en el resto del país.

Los datos oficiales muestran una victoria clara de Fuerza Patria, que alcanzó el 47,3% de los votos en el total provincial. La alianza conformada entre el PRO y La Libertad Avanza quedó en segundo lugar con 33,7%, lo que significa una diferencia de 13,6  puntos porcentuales. Detrás de estas dos principales fuerzas, el espacio radical y sectores de izquierda tuvieron desempeños marginales que no alteran el eje central de la disputa.

El dato más comentado en la noche electoral fue la distancia final, mayor a la prevista. Incluso en la previa inmediata, algunos sondeos de boca de urna indicaban que la diferencia podía reducirse a un rango de entre 4 y 6 puntos. Sin embargo, el escrutinio provisorio reveló un panorama mucho más favorable al oficialismo provincial. Este contraste obliga a revisar el comportamiento de los indecisos y el peso de los acontecimientos ocurridos en la última semana de campaña, que pudieron inclinar la balanza de manera determinante.

El equipo de Zentrix Consultora había proyectado un escenario donde Fuerza Patria se imponía con 44,7% frente al 41% de PRO–LLA. El cálculo se basaba en un relevamiento de opinión que mostraba un núcleo duro definido y un volumen de 7,1% de indecisos y un 1,3% que indicaba que votaría en blanco. En esa proyección, la diferencia era de apenas 3,6 puntos. El resultado final, con una brecha de 13 puntos, implica que gran parte de esos indecisos terminaron volcándose hacia el oficialismo provincial en el momento de la elección. Si bien no se trata del único factor explicativo, la comparación entre lo proyectado y lo ocurrido permite dimensionar el impacto que tuvieron tanto la campaña como los hechos políticos de último momento.

Proyección de Zentrix al 3 de septiembre 2025

Las divergencias numéricas entre lo proyectado y lo efectivamente ocurrido pueden atribuirse a un corrimiento de los indecisos hacia Fuerza Patria, quienes al momento del cierre de los relevamientos aún no habían definido su voto y, por diversos factores de “último momento”, terminaron inclinándose por esa opción. En este sentido, si se proyectaba que los indecisos se volcarían a Fuerza Patria, las paridades estimadas por Zentrix se acercaban a los resultados que finalmente se verificaron.

Además de haber acertado en la identificación de los ganadores, dentro del margen de error técnico, y en la correcta lectura del comportamiento de los indecisos, Zentrix también acertó en su relevamiento del 3 de septiembre al anticipar que en las dos secciones electorales más relevantes (Primera y Tercera) el triunfo sería para Fuerza Patria.

En la Primera Sección Electoral, las proyecciones daban ganador a Fuerza Patria por 4,2 puntos (FP: 45% vs. LLA: 40,8%), es decir, por encima del margen de error técnico. En los resultados oficiales, Fuerza Patria obtuvo 47,5% y La Libertad Avanza 36,9%, lo que ubicó la diferencia dentro de los márgenes de error.

En la Tercera Sección Electoral, el estudio pronosticaba 47,7% para Fuerza Patria y 40,1% para La Libertad Avanza, con una diferencia de 7,6 puntos. En los resultados efectivos, la elección fue 54% a 28,5%. Es decir, se acertó en el ganador y en la existencia de una diferencia amplia, aunque el resultado final quedó por fuera de los márgenes técnicos previstos.

La participación electoral rondó el 61% del padrón, un nivel muy por debajo del 70,2% registrado en las legislativas de medio término de 2021 y del 79% en las de 2017. Esto representa un ausentismo nominal de más de 2 millones de votantes respecto a la elección de medio término de 2021.

El análisis detallado de los resultados cobra mayor claridad al observar la serie histórica de elecciones en la provincia de Buenos Aires. El cuadro comparativo muestra con nitidez la evolución del voto en las últimas tres elecciones: 2017, 2021 y 2025, aunque vale aclarar que las elecciones 2025 no son “técnicamente” comparables con 2017 y 2021, ya que las anteriores fueron nacionales mientras que las elecciones del último domingo 7 de septiembre fueron para elegir los representantes de diputados y senadores de la legislatura de la provincia de Buenos Aires.

En primer lugar, el Partido Justicialista alcanzó en 2025 un total de 3.820.119 votos. Esto representa un crecimiento de 375.673 sufragios respecto de las legislativas de 2021, cuando había obtenido 3.444.446 votos. Sin embargo, más que un incremento neto de votos, este resultado debe leerse en el marco de la expansión del padrón electoral, que sumó aproximadamente 1,7 millones de nuevos votantes. Es decir, parte del crecimiento del PJ puede explicarse por esa ampliación del electorado. Aun así, el oficialismo bonaerense consiguió retener su base electoral y expandirla levemente en un contexto adverso, capitalizando probablemente tanto a votantes indecisos como a una porción de los nuevos inscriptos en el padrón.

En contraste, la alianza conformada entre La Libertad Avanza y el PRO sufrió una merma significativa. En 2021, habían alcanzado juntos 4.220.186 votos; en 2025, descendieron a 2.723.710. La caída de 1.496.476 votos es una pérdida de magnitud histórica, que no puede explicarse sólo por errores de campaña, sino también por la dificultad de amalgamar dos electorados distintos. El votante tradicional del PRO, más urbano y de clase media consolidada, no necesariamente se sintió representado por los discursos libertarios más radicales, mientras que parte del electorado de Milei pudo haberse desmovilizado frente a la alianza con un partido tradicional.

Las otras fuerzas políticas (incluyendo la izquierda, partidos vecinales y expresiones menores) mostraron una recuperación leve: pasaron de 1.261.968 votos en 2021 a 1.535.487 en 2025. El incremento de 273.519 votos no altera el eje central de la disputa, pero confirma la persistencia de un electorado que busca opciones por fuera de la polarización, también dejando en claro que la famosa “tercera vía” no tiene caudal para cosechar posiciones intermedias.

El dato más llamativo surge del crecimiento de los ausentes: en 2021 habían sido 3.515.340; en 2025 ascendieron a 5.608.309. Esto representa 2.092.969 ciudadanos más que decidieron no concurrir a votar, un salto abrupto que explica buena parte de la caída opositora. La baja participación general (61% en 2025 contra 70,2% en 2021 y 79% en 2017) refleja un clima de desafección política, pero con un sesgo claro: el oficialismo provincial logró movilizar a su electorado duro, mientras que la oposición sufrió un retraimiento marcado.

En suma, los números muestran tres conclusiones centrales:

– El PJ prácticamente no tuvo crecimiento más que por el propio crecimiento del padrón, pero así y todo consolida una base estable y con capacidad de absorción de indecisos.

– La alianza PRO–LLA sufrió un retroceso abrupto, con pérdidas tanto por fuga de votantes como por aumento del ausentismo, principalmente del electorado más cercano al ex Juntos por el Cambio.

– La caída de la participación general y el aumento de votos en blanco marcan un contexto de desafección política, donde la organización territorial y la fidelidad partidaria resultaron decisivas.

La lectura de este cuadro refuerza la hipótesis de que el factor determinante no fue un crecimiento explosivo del oficialismo, sino un derrumbe opositor. En este sentido, los resultados de Zentrix, que anticipaban un escenario mucho más ajustado, encuentran explicación en el comportamiento final de los ausentes e indecisos, que terminaron resolviéndose de manera asimétrica. Mientras que el PJ sostuvo y expandió su caudal, el PRO–LLA no pudo retener al votante ocasional de 2021.

El “Efecto DAN”

Las campañas electorales suelen desarrollarse como procesos largos, en los que se acumulan mensajes, gestos, propuestas y disputas narrativas. Sin embargo, la experiencia política muestra que existen momentos puntuales capaces de alterar la percepción social en la recta final. Son episodios que, sin modificar las bases estructurales de la competencia, actúan como catalizadores y definen la orientación de los sectores que aún no han tomado posición (los indecisos).

Cuando en la víspera de los comicios el dirigente oficialista Daniel Parisini, conocido mediáticamente como “El Gordo Dan”, realizó declaraciones desagradables sobre Luis Juez, utilizando la discapacidad de su hija como argumento político para atacarlo por el apoyo al rechazo del veto presidencial sobre la Ley de Discapacidad. El episodio circuló en redes sociales, generó repudio transversal y se convirtió en un tema de conversación en medios nacionales. No contento con ello, funcionarios nacionales como el jefe de Gabinete de Ministros, Guillermo Francos, lejos de “bajar el precio” a esas declaraciones, las repudió enérgicamente y así lo hizo saber a la prensa nacional, comentando que incluso la hermana del Presidente de la Nación y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, se había comunicado con el senador nacional por Córdoba para disculparse. Lo que en principio parecía un exabrupto de un actor secundario terminó amplificado en un clima de campaña ya cargado de tensiones. El problema no fue sólo la ofensa puntual, sino la sensación de que este gesto resumía un estilo político de violencia discursiva ya instalado en el gobierno de Javier Milei.

El “Efecto Dan” puede entenderse mejor al mirarlo en perspectiva histórica. En 1983, durante la campaña que marcaría el retorno de la democracia, el peronismo cometió un error simbólico que aún hoy se recuerda: el famoso “cajón de Herminio”. En el cierre de campaña, Herminio Iglesias (candidato a gobernador bonaerense) quemó un ataúd que representaba a la Unión Cívica Radical. Ese gesto fue percibido como una amenaza autoritaria en un momento en que la sociedad buscaba reconciliación democrática. Muchos indecisos interpretaron la acción como una confirmación de que el peronismo no había abandonado sus formas violentas. El resultado fue un vuelco decisivo de apoyos hacia Raúl Alfonsín, quien ganó con amplitud.

Si miramos ejemplos internacionales, encontramos patrones similares. En España, la campaña de 2004 estaba encaminada hacia la reelección de José María Aznar, pero los atentados del 11-M, apenas tres días antes de la elección, alteraron la dinámica. Más que la tragedia en sí, lo determinante fue la reacción del gobierno, acusado de manipular información y responsabilizar falsamente a ETA. El error en el manejo comunicacional generó indignación y un vuelco masivo hacia el PSOE.

En Estados Unidos, la campaña de 2016 estuvo marcada por la filtración del video de Access Hollywood, donde Donald Trump hacía comentarios denigrantes hacia mujeres. El episodio le generó una caída inmediata de apoyo entre votantes moderados y obligó a dirigentes republicanos a tomar distancia, aunque el efecto fue transitorio y no impidió su triunfo final.

Estos ejemplos muestran que los acontecimientos cercanos a la elección son especialmente sensibles porque el votante indeciso decide con la información más reciente en mente. A diferencia del elector consolidado, que responde a identidades partidarias o ideológicas, el indeciso se guía por impresiones inmediatas. Un error a 48 horas de la votación tiene un efecto amplificado: no hay tiempo para relativizarlo, explicarlo o repararlo.

En el caso bonaerense de 2025, el episodio de Dan actuó como catalizador. No inventó el rechazo al oficialismo, pero sí lo visibilizó. Para muchos votantes que venían acumulando dudas frente al clima de confrontación permanente del Gobierno, la burla hacia la hija de un opositor fue el límite. En un contexto donde ya pesaba la inflación, la recesión y el desgaste del discurso presidencial, el exabrupto confirmó la percepción de un poder dispuesto a ridiculizar al adversario sin contemplaciones. La consecuencia probable fue que un sector de indecisos (que las encuestas ubicaban aún entre el 7% y el 10% del electorado) se inclinara finalmente por Fuerza Patria, ampliando la diferencia en las urnas.

El “Efecto Dan” también debe leerse como parte de un fenómeno mayor: la violencia sistemática en el lenguaje político impulsada desde el oficialismo nacional. Desde la asunción de Milei, los insultos, las descalificaciones y las campañas de hostigamiento se convirtieron en una marca de identidad gubernamental. Esa estrategia pudo rendir frutos en la etapa inicial, cuando el discurso antisistema generaba adhesión entre sectores desencantados. Sin embargo, su reiteración y radicalización han producido cansancio social. El electorado puede tolerar la confrontación como excepción, pero cuando se transforma en norma, se vuelve irritante y genera rechazo.

La reflexión final es que los errores en campaña no son meros accidentes, sino espejos que reflejan estilos de conducción. Lo que Dan expresó en televisión no fue un desliz aislado, sino la manifestación de una cultura política asentada en la agresión. Y ese estilo, a 48 horas de la elección, se volvió insostenible para muchos ciudadanos. El episodio se transformó entonces en un punto de inflexión, no tanto por su gravedad individual como por lo que condensaba: la gota que rebalsó el vaso de la paciencia social frente a la violencia sistemática del Gobierno nacional.

En ese sentido, el “Efecto Dan” puede ser comparado con el cajón de Herminio: ambos gestos sintetizan un modo de hacer política que una parte de la sociedad ya no estaba dispuesta a aceptar. Y, como en 1983, el resultado electoral terminó castigando a quienes insistieron en sostener esas formas en el momento menos oportuno.

Escenarios económicos y políticos hacia octubre

Las derrotas de medio término o las caídas electorales en instancias clave siempre obligaron a los gobiernos argentinos a recalibrar su política económica. Durante su segundo gobierno, Cristina Fernández de Kirchner sufrió en 2013 una derrota significativa en la provincia de Buenos Aires frente a Sergio Massa. Esa elección fue leída como el fin de la posibilidad de un tercer mandato consecutivo y obligó al oficialismo a recalibrar la política económica. La respuesta no fue un cambio de rumbo estructural, sino la profundización de controles: se endureció el cepo cambiario implementado en 2011, se multiplicaron las restricciones al comercio exterior y se intentó sostener el nivel de consumo mediante gasto público y programas de financiamiento subsidiado. Sin embargo, esas medidas incrementaron la brecha cambiaria, aceleraron la inflación y anticiparon la crisis de reservas de 2014.

En 2019, luego de la derrota en las PASO, Mauricio Macri ensayó un giro opuesto. Impuso controles cambiarios de emergencia, congeló el precio de los combustibles y buscó dar certidumbre a los mercados. Sin embargo, la desconfianza era tan alta que las medidas no alcanzaron: la corrida cambiaria y la caída de reservas aceleraron el fin de su mandato.

En 2021, tras perder las legislativas, Alberto Fernández respondió con un paquete de medidas expansivas: congelamientos de precios, aumentos de subsidios y transferencias directas. El efecto fue efímero: mejoró el consumo en el corto plazo, pero a costa de una mayor presión inflacionaria y desequilibrios fiscales.

Las comparaciones muestran un patrón: cuando los gobiernos reaccionan a derrotas con medidas improvisadas y de corto plazo, terminan profundizando los desequilibrios macroeconómicos. Los intentos por “comprar tiempo” mediante parches no logran revertir la tendencia de desconfianza, ni en la sociedad ni en los mercados.

El resultado de septiembre en la provincia de Buenos Aires no es aún definitivo a nivel nacional: resta más de un mes para las elecciones nacionales de octubre. La magnitud de la derrota provincial plantea dilemas para el oficialismo nacional. Reaccionar con endurecimiento verbal o con anuncios económicos de efecto inmediato podría ser tentador, pero también riesgoso. El margen para políticas expansivas es muy limitado en un contexto de inflación persistente, recesión y alto endeudamiento.

El Gobierno necesita mostrar racionalidad, previsibilidad y capacidad de gestión, más que gestos de confrontación o parches fiscales. Al mismo tiempo, la oposición debe aprender de experiencias pasadas: un triunfo en PBA no asegura aún una victoria nacional, los indecisos seguirán siendo determinantes y todos los partidos políticos tienen sus propios “efecto Dan” a la vuelta de la esquina.

En síntesis, septiembre dejó un mensaje claro, pero no concluyente. El desafío está en sostener una estrategia económica y política moderada, capaz de atraer al electorado que decide en el último tramo. Octubre será la verdadera prueba y la clave estará en quién logre transmitir confianza y estabilidad en un escenario de incertidumbre.

Por Claudio D. Montiel, Director de Zentrix Consultora