En nuestras costas, una opción diferente.

Son tiempos complicados. Las grandes urbes invitan a sus habitantes a buscar la calma y el sosiego. Los días de verano son abrazadores aun a la sombra de los edificios. Las noches no lo son menos. Nuestro balneario de Las Grutas ya hace tiempo que está caracterizado como un destino deseable y concurrido. Donde se ofrece seguridad y multiplicidad de posibilidades para la diversión y el descanso, dentro de una zona de confort con todas las posibilidades.

En ese escenario paradisiaco que ofrecen nuestras costas también hay zonas que resultan más “movidas” que otras. Los jóvenes encuentran su lugar cerca del centro, y las familias lo hacen procurando una sana distancia.

Aun así, hay quienes buscan rodearse de paisajes naturales sin intervención humana y con una gama mínima de comodidades. Pues para ese turista, también existe una posibilidad que lo pone en comunión con la naturaleza y la playa al mismo tiempo que no lo priva de las cosas básicas.

Cerca de la entrada a las Grutas, Ana Bustos se suma a la oferta turística ofreciendo una opción natural y cuidada.

En un predio que habita desde la década del 90, el turista “natural” puede disfrutar de un entorno seguro, tranquilo, limpio y protegido del clima alocado que suele caracterizar el verano grutense.

Cuando todo era nada, Ana, su pareja y su pequeña hijita comenzaron a habitar la zona. Una tapera era lo que surgía del terreno por toda construcción. Paredes derruidas y piso de tierra. Sin luz ni agua. Un basurero a cielo abierto.

Ana es orfebre de profesión, oriunda de Buenos Aires, pero decidió apostar por nuestra zona. “Es una apuesta fuerte” me dice mientras toma unos mates. “Cuando vinimos, en el 98 acá no había nada. Solo basura y viento frio. Ni agua teníamos- no había caminos ni huellas. Las abrimos nosotros con máquinas”, me cuenta mientras me muestra fotos de una Ana más joven llena de esperanza y de su niña pequeña paradas en la puerta de lo que fue – aunque cueste creerlo- una tapera.

“De a poco trajimos agua. Primero en camión y desde hace unos años, la red llega hasta acá. Y aunque siempre estamos poniendo en valor el predio siempre hay gente que corta las mangueras o tala los árboles para leña o simplemente tira basura. El alambrado lo vamos renovando por partes cada tres o cuatro años. Es un predio grande. Pero lo importante es que tenemos energía eléctrica, y una vivienda digna.

En el corral cercano a la casa hay unos chivos que Ana cría y vende para las fiestas. También en invierno y entre estaciones, Ana dicta talleres de arte y restaura muebles en su casa. Combinando esas posibilidades que le brinda su trabajo y la naturaleza, desde hace unos años, en temporada los turistas pueden acampar bajo estrictas normas de higiene y cuidado medio ambiental para minimizar el impacto ambiental.

Una cabalgata por el predio, y la pesca complementan la oferta. “Los caballos los trae gente de Viedma y los deja en el predio durante el año”. La carnada puede conseguirse en casa de Ana. También bebidas y hielo. Cada acampante gestiona sus residuos orgánicos depositándolo en un recipiente que Ana les entrega y que luego pasa a formar parte del compostaje de su “patio chico” donde alberga plantas y una huerta cuidada por un cerco.

Fuente: Redacción demedios.com