Tres investigadoras reflexionan sobre los avances y los estereotipos en materia de género en la ciencia

Alicia Dickenstein, Juliana Cassataro y Karina Bidaseca cuentan su experiencia como mujeres científicas desde distintas disciplinas.

La ciencia y la igualdad de género son fundamentales para el desarrollo sostenible. Sin embargo, en el mundo, las mujeres todavía deben sortear obstáculos para desempeñarse en el campo de la ciencia. Según la UNESCO, en el mundo, menos del 30 por ciento de las personas dedicadas a la investigación científica son mujeres. Es por eso que hoy, como cada 11 de febrero desde 2015, se conmemora el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y al acceso y la participación plena y equitativa de las mujeres y las niñas en el campo científico.

 

La fecha fue instaurada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, a modo de recordatorio de que las mujeres y las niñas desempeñan un papel fundamental en las comunidades de ciencia y tecnología, y que su participación debe fortalecerse. En pos de esa misión, las científicas del CONICET Karina Bidaseca, Alicia Dickenstein y Juliana Cassataro, que integran distintos campos disciplinares –provienen de la Sociología: las Matemáticas; y la Biología respectivamente- reflexionan sobre la experiencia de ser mujeres científicas, de la desigualdad de género con la que se enfrentaron durante su recorrido y de los avances que advierten en materia de equidad dentro de la ciencia argentina.

 

“Jamás pensé que las mujeres fuéramos menos aptas que los hombres, algo que les agradezco a mis padres. Por lo tanto, nunca me sentí detenida por los estereotipos de género. Pero mirando mi trayectoria a la distancia, veo que logré más de una vez no darle importancia a circunstancias que podrían haberme detenido”, señala Alicia Dickenstein, matemática e investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Matemáticas “Luis A. Santalo” (IMAS). En una oportunidad, por ejemplo, le tocó reemplazar a un colega y ser la primera mujer directora del área que integraba. Ahí vivenció algo de lo que menciona: “Fui la primera directora mujer de mi Departamento. Yo era profesora asociada y casi todos los profesores titulares eran hombres. Fue una experiencia excelente, pero aprendí rápidamente lo que es tener mucha responsabilidad y prácticamente ningún poder, rodeada de una falta de confianza básica por el pensamiento estereotipado de que ´las mujeres son muy emocionales´”.

 

La experiencia para Juliana Cassataro fue distinta: doctora en Ciencias Biológicas, investigadora del CONICET y hoy directora del grupo de Inmunología, enfermedades infecciosas y desarrollo de vacunas del Instituto de Investigaciones Biológicas (IIB-INTECH, CONICET-UNSAM), en sus primeros años de carrera –en la facultad, como becaria, como investigadora asistente- se encontró con que en el mundo de la biología y la medicina la mayoría eran mujeres. “Pero al ascender en la carrera esta relación se invierte y cuando se ven los puestos de liderazgo la mayoría son ocupados por hombres: profesores titulares, decanos, rectores, directores de institutos y jefes de grupo. Esto hace que nosotras tengamos menos ejemplos a seguir en cuanto al modelo de liderazgo. También es real que cuesta entrar en esos círculos siendo mujer cuando los códigos y formas de trato son mayormente masculinos. Por eso creo que al principio, cuando era más joven, sentía que tenía que ser sobresaliente y destacarme significativamente solo para poder ser tenida en cuenta y que se tome mi opinión como válida”.

 

En el caso de Karina Bidaseca, socióloga e investigadora del CONICET en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), en sus distintas etapas en la investigación, primero como becaria, luego como estudiante de grado, y más adelante de posgrado, la desigualdad de género se manifestó a través de la voz: “El estereotipo de género –dice- marca que el varón es el que tiene y al que se le presta atención y se le escucha porque es una voz marcante, autorizada, legitimada. En las diferentes reuniones o formas en que una atravesó los espacios de sociabilidad en las aulas la desigualdad de género se manifestó en esa autoría de la palabra y de la voz. Tiene que ver con algo histórico, eso de que supuestamente las mujeres tenemos menos capacidades para expresarnos públicamente que los hombres. Los roles de género estipulados desde la escuela siempre nos muestran un científico varón, héroe, premiado”.

 

 

 

Seguir la pasión más allá de los estereotipos

 

¿Acaso en algún momento estas investigadoras se toparon con diferencias significativas en sus carreras por el hecho de ser mujeres? Cassataro, que hoy lidera el grupo de investigadores e investigadoras dedicados a desarrollar una vacuna contra el COVID-19, sintió justamente un punto de inflexión en su carrera cuando fue madre. “La maternidad llegó en el momento de terminar el doctorado y cuando yo quería también formar un grupo de investigación con una línea de investigación propia. Así que lejos de hacerlo de una forma ordenada y sin conflictos atravesé esa etapa con una intensidad e incertidumbre muy fuerte, autoexigiéndome a nivel laboral y familiar a los máximos niveles posibles. Mirando en retrospectiva, creo que fue la etapa más sacrificada, pero la más creativa, ya que la mayoría de las líneas de investigación actuales se me ocurrieron en esos momentos”.

 

En el 2015, en el caso de Dickenstein, hubo un momento revelador para ella, que le permitió dimensionar la desigualdad existente entre mujeres y hombres dentro la ciencia. Fue durante su primera reunión como vicepresidenta de la International Mathematical Union (IMU), cuando estaban por tratar la propuesta de la creación del Comité para Mujeres en Matemática. “Yo dudaba de que hiciera falta, me parecía que la situación estaba cambiando”, recuerda. “Pero cuando un colega del Comité Ejecutivo preguntó esto en voz alta, se me ocurrió decirle que levantara la cabeza. En la pared estaban todas las fotos de los presidentes y secretarios de la IMU desde 1950 y había una sola mujer que fue presidenta en el período 2011-2014… y sigue siendo la única. Como dicen, una imagen vale más que mil palabras. Todos comprendimos que todavía había aún mucho camino que recorrer y la moción se aprobó inmediatamente”.

 

Bidaseca, por su parte, cree que si bien hay progresos en términos de reconocer la desigualdad de género existente dentro del campo científico, también siguen habiendo obstáculos. “Falta visibilizar la cuestión de las dificultades que atraviesan la crisis de los cuidados, muy influenciado por el contexto actual de la pandemia. Las mujeres que cuidamos niños/as o anciano/as y tenemos otras tareas a cargo hemos visto muy afectada la salud y la posibilidad de llevar adelante nuestro trabajo de investigación”, refiere. En ese sentido, durante la pandemia, Bidaseca se puso al frente de un relevamiento para medir justamente el impacto del COVID-19 en la vida de las mujeres en general y también dentro de la ciencia, que arrojó resultados contundentes. “El estudio expuso una gran crisis de cuidados: vimos que un 55 por ciento jefas de hogar son las responsables de la mayor parte del trabajo doméstico y cuidados educativos. Un 92 por ciento se encargó de acompañar las tareas escolares de sus hijes. También vimos una precarización de las situaciones laborales preexistentes, profundizado por reducción de cargas horarias, por ejemplo. Casi un 54 por ciento de las mujeres tuvimos que adaptarnos a un entorno laboral virtual sin capacitación”, subraya. Además, la percepción de las violencias de género aumentaron: “Un 7,5 dieron cuenta de que sufrieron algún tipo de violencia en la cuarentena. Y entre las mujeres rurales, ese número ascendió a 18 por ciento”.

 

Dickenstein opina, sin embargo, que “en el universo de la ciencia los cambios se están acelerando. Cada vez hay menos espacio para discriminaciones obvias. Pero creo que el principal problema está en la base de nuestra cultura.  Algo en lo que aún tenemos que trabajar es en desentrañar los mecanismos sociales mucho menos visibles que en particular generan autocensura en las mujeres”. Cassataro coincide: “Creo que cada vez las condiciones van a ir mejorando, ya que la visibilización y discusión actual de los roles preestablecidos o estereotipos es muy importante. Si miramos desde lo que fue la educación de mi abuela hasta lo que hoy en día discuten mis hijas, hay un abismo que seguramente se reflejará en más oportunidades, y nosotras tenemos que estar preparadas para afrontarlas”.

 

En América Latina, según consigna Bidaseca, el porcentaje de mujeres científicas es el mayor del mundo, ya que alcanza el 45 por ciento, frente a una tasa del 28 por ciento que existe en el mundo según la UNESCO. “Pero los obstáculos por género son mayores en América Latina, porque la brecha de desigualdad es mayor –añade-. Por eso me resulta importante ponderar políticas públicas orientadas a aquellas violencias en cuestiones de género y prevenir la discriminación a las mujeres, así como dar publicidad y visibilizar el esfuerzo de las mujeres en la ciencia. El estudio de impacto del Covid en las mujeres, por ejemplo, estuvo integrado en un 90 por ciento por mujeres, y fue liderado por mujeres”.

 

En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, para Cassataro “es importante que se visibilice la tarea de las mujeres en ciencia además de otras carreras para que las niñas -futuras mujeres trabajadoras- se formen y preparen para ser líderes capaces de cambiar la realidad”. Dickenstein, por último, destaca que “un rol fundamental de esta celebración es que las chicas se enteren de que la ciencia también es para ellas, que conozcan las posibilidades de estudiar y de trabajar en ciencia. Si no, es imposible que elijan este camino”. Y aconseja, para terminar, “que las mujeres y las niñas no dejen de seguir su propia pasión, que crean en ellas y que no se dejen detener por estereotipos culturales”.

 

Por Cintia Kemelmajer

Fuente: Prensa Conicet